Elegía Black

A Carolina, que también lo lloró.


Tanto que creíamos amar el cuerpo de Blacky.
Creíamos que amábamos sus patas, su rabo musical,
o sus ojos cuando nos vaciaban su animálica ternura,
prisionero del cristal o de las rejas,
y bailábamos la mano haciendo gracia a su cariño.
Juramos que amábamos su lomo, su nariz,
sin saber que el amor era hacia el alma.
Ahora
que tiramos su cuerpo a la basura lo sabemos:
aunque adoráramos su pelo negro
cuando convertíamos en agua y jabón
y champú el pedazo de amor
que a su cuerpo asignamos.

En esta hora cadáver lo sabemos.
Lo que amábamos del cuerpo era su alma.
Por eso al verlo quedarse en mitad del salto
sobre el sordo hierro
que no lo dejó ir al campo de batalla,
a debatirse en duelo con el otro perro
que viniera a dividir el amor que nos tenía.

En esta hora cadáver lo sabemos,
que nuestra preferencia era su alma.
Por eso sólo queremos rumiar nuestro recuerdo,
más que por su rabo, por el alma que lo movía.
Por eso mandamos al zafacón ráudamente
su cuerpo deshabitado de alma.

¿Por qué amamos tanto la alegría
cuando ella es ya tristeza?
¿Por qué no sonaron para Blacky estos versos
cuando podían oirlo sus oídos
que sin entenderlos sabrían que fueran suyos?
¿Por qué amamos tanto la alegría
que infiel nos huye cuando ataca el dolor?
¿Por qué despreciamos la tristeza
que no nos abandona,
que como sudor, lágrima o sangre
nos consuela en la herida?

Si es verdad, ya lo he dicho,
que lo que amábamos de Blacky era su alma,
¿por qué entonces se empecina mi memoria
en no quitar de mi vista su materia colgante,
crucificada,
botando gota a gota en rojo río su alma?
Si ya sé que su cuerpo cuelga sin su alma,
que se fue por sus ojos, como diría Homero,
o por su boca, como Hesíodo,
¿por qué se empecinan en manar
estos versos como agua en llave rota?

¿Por qué sus ojos tristes no dejan de mirarme
desde el aire si no sirve de nada ya su cuerpo
que se reparten las hormigas?
¿Por qué, si ni siquiera fue mío,
ni conocí su pequeñez,
ni fui su amo ni lo alimentaba
ni la fuerza de la costumbre me impuso
su alegría en ningún amanecer
en que me levantara y lo viera
saludarme con su boca y su lengua
y su pelambre y sus patas ya viejas
me dijeran Buenos Días a su manera?

Elogio de lo humano

El oso de los polos, la marmota y el perro
de vez en cuando suben muy libres sus dos manos,
y es como si quisieran convertirse en humanos,
mas no logran hacer los alfanges de fierro.

Su arma es convencional, no aprenden a hacer guerra,
pues no han desarrollado la santa inteligencia,
aún no saben de Dios ni conocen la ciencia,
ni el gran descubrimiento que por grande me aterra.

Es decir, aún no inventan al Animal Estado,
no tienen falsos héroes ni logran violar leyes,
no saben sacar uñas ni a nadie han torturado.

Sin oros ni diamantes, su vida es muy vacía,
sin príncipes ni historia, sin esclavos ni reyes,
van tristes, sin McDonald’s y sin tecnología.

Por fin llega el amor

“El bien es deseado, y el deseo tiende hacia él, y sólo lo alcanzan aquellos que suben a la región superior, se vuelven hacia él y se despojan de los vestidos de que se revistieron al descender a la manera en que los que suben hacia los santuarios de los templos deben purificarse, dejar sus antiguos vestidos, y subir desnudos…” Plotino

No abandonas esa creencia de que nadie miró nunca tus ojos, sino a Elizabeth Arden o Helena Rubinsteins en ellos. De que nadie miró tus pechos, ni soñó con tus senos, sino con la blusa Pierre Cardin que los cubría. De que nadie miró tus cabellos, sino a Giorgio Armani u Oscar de la Renta brillando en cada hebra con sus tintes, sus brillantes, sus fórmulas que no son suyas pero que hay que creer que lo son para consumirlas y consumirse en ellas. Convencida como estabas de que tus ojos venían del saurio al cocodrilos al principio, de renacuajo luego, y de sapo después. Al final te convenciste de que yo tenía razón. Que en tus ojos reptaban tres tristezas, o reptan -¡Con qué autoridad hablo en pasado a la persona que tengo al frente mirándome hablar!-. Primero la del sencillo y huidizo lagarto, compadre de sacramentos de las rendijas, que corre por el verde poniéndose tontamente verde para esconderse del criminal ojo humano que ya conoce el truco.

Luego evolucionaron tus ojos, crecieron, pero no tanto como los dinosaurios, porque esos son muy tontos, muy vegetarianos como para permanecer, sino que se quedaron en el cocodrilo feroz de las aguas quietas cuyas mañas aún no puede domeñar el peligroso animal humano. Finalmente, el tiempo te ha hecho ojos de sapo, o sapa, porque zapa no serás jamás. Con los de maco o maca sí colindan tus ojos. Ahora brotan sobre los párpados como los tres, pero son sobre todo sapo pequeño y huidizo, tierno, melancólico e indiferente a sí mismo y a quien lo mira. Con el quieto ademán de la ranita que estudia qué harán con ella, si un niño la perseguirá y apaleará por todo el patio, hasta cansarla , y luego tirarla hasta que quede sólo la funda de huesos dentro de una piel que ha abandonado las ganas de estar viva desde los primeros golpes. O, si eres tan dichosa que logras escapar ilesa del niño, por el contrario, vendrá un adulto con más sentido de lo útil y serás la ranita que llevará sin maltratarla a la hermosa trampa donde le darán de comer y beber, podrá descansar, sentirse libre en un pequeño territorio graciosamente otorgado como provisional país que le permite crecer, y hasta multiplicarse si ha tenido la suerte de encontrar pareja. “Que corran, que griten en las madrugadas, que se entretengan bien, que sean felices les deseamos con todo nuestro corazón, -pero sobre todo con nuestros estómagos- porque de buenos deseos está lleno el camino hacia el plato de ancas de rana, ya sea al ajillo o en escabeche, guisada o al vapor, y hasta frita”. Cosa que no te importará eso de que vivan de ti, que te digieran y te expulsen tan “in”humanamente, pues ya tú no estarás ahí. Habrás abandonado tu vida a su suerte, en la primera o segunda cuchillada a tus huesos y carnes y sangre, y habrás viajado a un lugar muy feliz donde no hay nada más que un profundo y grande, muy grande silencio, gigantesco silencio a un tamaño que no alcanza a medir el pensamiento, y luego calma, paz, total ausencia donde ni siquiera escuchas que no se escucha nada.

Siempre lo supiste, aunque no sé quien te lo dijo. O más bien, siempre lo creíste , y no sé quién te lo mintió. Sí. Así es más correcta la oración, se corresponde más con tu realidad. La realidad de que no eres tan fea como te has imaginado. Tu feúra no puede estar en que un hombre te haya abandonado por otra mujer. Y la verdad ha de decirse: ella es mucho más hermosa que tú. Sobre todo en el brillo de su sonrisa, capaz de conquistar hombres y mujeres, y hasta dioses, si existieran. Pero tu belleza no puede estar dependiendo de que ningún hombre te mire. No puede desvivir de angustias, de pensamientos negativos, de lloros, de sangre salida de las manos que las uñas castigan. Porque no tienes derecho a que tu cuerpo pague los dolores de tu espíritu. No tienes derecho a que tus manos sufran las consecuencias de tu teoría del dolor, de tu tesis sobre el abandono. De tus estudios científicos sobre las causas de un desahucio amoroso. Porque no es así. No tienes razón a castigar un cuerpo que tú no has criado, no has alimentado, no has invertido un centavo en mantenerlo ni en cuidarlo, ni en cubrirlo del frío de tus 32 inviernos ni darle fresco del acondicionador de aire contra tus 33 veranos. No tienes derecho a destruir lo que no has construido, lo que no has sufrido por mantener, por lo que no has trabajado. Por lo que no has respirado siquiera, pues el aire entra y sale a tus pulmones sin que medie tu voluntad. Tu rico padre, tu archirico padre es quien ha pagado las habas de tu cuerpo, quien ha pagado religiosamente los platos rotos de tu espíritu, y él ya no está para consultarlo ni insultarlo.Un hombre no es todos los hombres, una sociedad no es todas las sociedades, y un dolor no es todo el dolor, como un amor no es todo el amor. Al sufrir, tomamos una tajada del sufrimiento que hay disponible en el universo, que es mucho, muchísimo. Lo mismo que del amor, cuando lo damos a un hombre o una mujer, tomamos un pedacito del infinito arsenal que tenemos. Así que podemos dejar perder ese pedazo y buscar otro en los oscuros rincones de la mente, y ser felices con esa otra mitad de la naranja. Tú puedes hacerlo todavía. De todo podrías librarte, si lograras librarte de ti misma, del pedazo de ti que te apremia. De la que te asedia. De la que viviendo dentro de ti quiere matarte. De la que habiéndola alimentado con pensamientos tristes, con sueños pesadíllicos, con búsquedas de dolor en libros y películas y cuentos y novelas y poemas, esa misma quiere exterminarte sin entender que también a ella la echarán en tu caja y se descompondrá y se pudrirá contigo, o digamos que sintigo, -valga el invento de esa palabra-.

Ahora estás en tu ventana, y miro tu silueta, y tú la mía. Tu ventana victoriana, victoriana como tu pensamiento. Te veo tomar una copa, tragar, levantar la cara y pienso qué buena ha de estar el agua o coñac o whiskie o ron o tafiá o triculí o clerén o cerveza o guavabery o vino que esta mujer levanta con esa elegancia y lo toma como ha de tomarse el vino, hasta las heces. Y sigo mirándote, y veo que poco a poco tu cuerpo baja por la ventana, y mis ojos van perdiendo pedazos de ti. Primero baja el cielo rosado de tu vientre y el oscurillo sol que en hilos de luz negra ilumina dentro de tu ombligo rodeado de rosadas nubes. Luego va el viaje de esos apetitosos mangos de tu pecho, deseosos de labios, afrodíticos, temblorosos, bajan, y los pierdo. Tu hombro derecho se inclina junto al izquierdo y entra en el desfile ida, ese hombro derecho sobre el que quise poner mis manos una tarde imaginaria en que camináramos sobre la nieve de Vermont o la verde grama silvestre de los potreros donde mis ojos estrenaron sus pupilas. Tu cuello, tu mentón, tu barbilla, tus labios, tus pómulos, tus mejillas, la punta de tu nariz, tu nariz toda, tu párpado inferior, el superior, tu ojo derecho e izquierdo, tus pestañas, tu frente preocupada, tus cabellos que hace un instante era enamorado y penetrado por el oscuro viento, que te penetra con su sexo transparente entre hebra y hebra de cabellos, y hacer el amor con tu piel que huye a tenderse en los mosaicos de tu terraza. Hasta que te pierdo toda.

Ahora me cruza por la cabeza y me enferma la idea de que tú has desparecido de la ventana porque un hombre te acompaña y te ha llevado hacia el piso. Que te ha hecho o está haciéndote el amor luego de haberte emborrachado y quitado la voluntad férrea por la que no te habías entregado a ningún hombre, pues para ti todos estaban enamorados de tus zapatos Giorgio Brutini, en vez de tus pies, o de tus calcetines Yves Saint Laurent en vez de los dedos que los llevan. Para mi rabia, alguien esta noche, en este instante, te ha quitado la razón para que la emoción despierte. Alguien te ha hecho olvidar que eres fea para todo hombre. Alguien te ha hecho ignorar que buscaba tu dinero, tu herencia, tu apellido de naviero griego, de nombre de filósofo y apellido del que nace, sí.

Y eso me duele, porque yo te perseguía cada noche entre metáforas, te asediaba en mis adentros con imágenes, con mis tropos, con mis verbos almidonados de agua espesa y blanca y estas manos mías, con mayor maestría que las de Onán en convertirse en tu sexo bordeándome a mí hecho carne larga , llenos mis capilares con sangre de deseo. Yo que te había perseguido a ti, y no a tu apellido ni al brillo de tu oro, sino al de tu piel, yo que te había buscado a ti desnuda aunque tuvieras ropa. Yo que para pensarte pura me hice mago, y así, con el embrujo de mi mirada enamorada te empobrecía, y en un viento de mis ojos quitaba de ti todo lo que no fueras tú misma. Te desnudaba, te dejaba sin ropa ni vetusta residencia, ni sirvienta ni té, ni mesita de noche, ni neceser ni joyas, sino desnuda, completamente desnuda y sin casa donde guarecerte del frío para que corrieras hacia mí, y tu abrigo fuera yo. Porque te imaginaba en una playa sola, sin guardianes que te cuidaran, sin la protección de tus portones, sino sola, únicamente acompañada por mí, que también estaría empobrecido de ropa y zapato, carro, libretas de banco y había hecho volar lejos todo, corbatas, trajes, autos. Para presentarme ante ti sin mácula social, sin más bienes que el bien de nuestro amor, que nos había dicho a los dos como Cristo a aquél rico: “Abandonen todo y síganme. Dejen su ropa y síganme. Dejen su casa y síganme. Dejen dinero y síganme. Dejen vergüenza y síganme. Dejen pudor y síganme". Así, tú a secas, y yo a secas del mundo. Sólo vestidos de nuestras humedades. Sin más liquidez y sin más líquido que el que sale de nosotros cuando pensamos en nosotros. Así te imaginaba yo en mis noches de versos.

Pero tú, ahora has bajado en esa ventana sin preocuparte de cerrarla ni de que yo estoy mirándote. Y, celoso, me imagino que alguien ha ido subiéndo con su boca desde la punta de los dedos de tu pie hasta el tobillo, ha pasado los tersos vellos de las piernas, ha subido a la rodilla y la ha hecho temblar, y ha seguido al lugar que yo soñaba mío y lo ha tomado y tú no has podido resistir más de pie. Ese golpe de pasión te lanza al piso ya hecha carne sin espíritu, entregada por completo al mal, al mal mejor de la vida. Te has caído no estrepitosamente, sino suavemente, sin sentir que caes. Has caído como si subieras. Como tus ojos, que han llorado como si rieran. O tu boca, enrojecida como si la golpearan, cuando lo que han hecho es halarla y dejarla y volver a halarla y hacerla sentir que no es boca sino pubis, que no tiene dientes sino labios inferiores, y que su lengua es abertura junto a otra lengua-tizón que se apaga en ti para encenderse. Lenguas que son sexo macho y hembra, que luchan y se envuelven, que se acuestan y mugen con tambores de victoria y retirada y vueltas y revueltas.Todo eso imagino, y me desespero y desnudo como estoy salgo y corro cuchillo en manos. Voy decidido a hacer una locura, a matar, a perseguir, a delinquir por amor, a hacer mi venganza contra ti y contra el que contra mí peca contigo, y yo sin derecho a defensa ni a reproche, sin derecho a nada, porque nada me has dado ni te he pedido, pero con mis nervios endureciendo mis músculos, salgo con puños al ristre, furor al cinto, con la vida y la muerte a cuestas, para darlas o recibirlas sin calcular conveniencias… Voy corriendo a cortar de raíz esa pasión de aquella que yo busco por ella y los demás buscan por ropa y zapatos y perfumes y dinero al portador. Voy a derramar sangre de la sangre que amo.

Huyo hacia esa casa, y entro a romper con todas mis fuerzas ese asalto de amor, y te encuentro aquí, en el piso. Con tus ojos que me miran que he entrado desnudo. Te sorprende el cuchillo. Caigo sobre ti después de abandonar el arma y cambiar la pasión de matar por la de amar, de herir por sentir, la de vencer por poseer. Te torno y te retorno, y entro en toda tú. Entro en ti en cuerpo y alma y me envuelvo en tus labios que imaginaba rojos y veo lívidos. Los pongo morados de placer como suponía que el amante los había puesto y hago todo lo que especulaba yo que hacía el amante cuando pensaba que te había secuestrado hacia el piso. La concuspicencia te da energía, el pecado te hace descubrir la pasión, por la lascivia vives, y descubres que fornicar es vivir, que el paraíso habita en la carne, y que la salvación está en la ausencia del alma, que lo cede todo al cuerpo enseñoreado sobre las aguas vitales. Todo el aire no alcanza para nuestros pulmones, nos ahogamos, nos soltamos y nos sentamos y volvemos a caer, y esta vez subes sobre mí, rítmicamente te meces, y te duermes. Suavemente. Y mientras entras en el sopor del sueño te explico que yo siempre te amé por encima y por debajo de la ropa y sin contabilidad. Tus ojos me dicen que lo sabías. Que siempre lo supiste. Y esperabas que te lo dijera. Y te dije: llegó el momento de decírtelo. Y te dije: Voy ahora a mi casa a buscar los poemas. Con un ligero movimiento, tus labios dijeron no. Lo repitió tu cuello al inclinarse.

Mientras te veía con tus ojos cerrados, feliz de haberte extenuado de placer, yo me senté a tu lado y te dije un poema, el otro, el otro el otro, sin saber cómo podía recordarlos, poemas de los cientos con que llené papeles por tus ojos de lagarto, de cocodrilo o sapo. Por tu boca de horizonte. Por su nariz de acantilado. Por tu senos de pirámides erectas a las que el tiempo multiplica la pasión por su misterio cuando desafiantes miran hacia el cielo. A tu vientre de mejillón con su ostra que brilla desafiando tu caída. Y quisiste consolarme, distraerme, seducirme, envolverme cuando tu respiración me hizo sospechar que te ibas, que te ausentabas de tu cuerpo. Que abandonabas el cuarto donde estábamos. Quisiste devolverte, rechazar el camino. Y volví a recordar y a decirte mis poemas, tus poemas. Fue inútil la letra, pobre la palabra, ruido el ritmo y descendí del verso a lo vano.Y concluí en que debía decirte en forma poco lírica la palabra más repetida del amor. Decirte sin belleza, sin rima, sin mesura, sin hermosos tropos, sin sublimes imágenes, mi antiguo y místico secreto.

Y así le gané la carrera por unos segundos al implacable veneno que tomaste. El tiempo me alcanzó para decirte en forma cursi, en rústica y burda y desesperada prosa, la vieja y repetida, la tontísima frase, la insulsa invocación de los enamorados de Corín Tellado. Le plagié el final de sus novelas y le dije vulgarmente a tus sordos oídos que te amo.

¿Para qué sirven los filósofos?

TEXTO DEL EPÍLOGO ESCRITO POR JUAN FREDDY ARMANDO PARA EL LIBRO "ESPEJO DE BABEL", DEL FILÓSOFO, ENSAYISTA Y CATEDRÁTICO DOMINICANO LUIS O. BREA FRANCO, PUESTO A CIRCULAR EL 7 DE AGOSTO DE 2006, EN SANTO DOMINGO, CAPITAL DE LA REPÚBLICA DOMINICANA.

A modo de epílogo
Luis O. Brea Franco o las utilidades del pensar.

¿Para qué sirven los filósofos? ¿Qué sentido tiene investigar sobre la esencia del ser, el origen y destino del hombre, habiendo tantas urgencias inmediatas? ¿Para qué hurgar acerca del bien y el mal? ¿Qué ganamos con saber lo que pensaron unos viejos barbudos que conocemos sólo a través de sus sobrias estatuas de ojos ciegos y sus pesados libros de tapa dura?

Parece un contrasentido plantearse estas interrogantes, sin embargo mucha gente simple se las hace. Y algo peor: hay profesionales de la economía, ingenieros, abogados, médicos, sociólogos, tecnócratas, que deciden el futuro de nuestros pueblos, a los que estas preguntas ni siquiera les pasan en vuelo rasante sobre sus cabezas. Desprecian la maravilla del pensar, la belleza del pensar, el valor del pensar. Pues lo consideran inútil, tal como consideran inútil el arte, pues no se sobrecogen ante una sinfonía de Beethoven ni se subliman ante un poema de Byron ni se estremecen ante un cuadro de Goya. Tal vez porque ven estas obras como intangibles juegos, como si los números y figuras y cuadros con los que ellos trabajan no fuesen también intentos intangibles de acercarse a la intocable realidad, que además fueron creados en ese juego indispensable del filósofo.

Pero si de algo ha de servir para definir la esencia de este manojo de reflexiones de Luis O. Brea Franco es precisamente como demostración de que el filósofo realiza un trabajo harto útil a la sociedad, valioso para plantearse, definir y resolver problemas nodales de la existencia humana.
Por ello, sería tan útil tanto para el dominicano sencillo así como para los profesionales especialistas en las distintas áreas del saber, abrevar en las aguas ricas de este libro de Luis O. Brea Franco.

La diversidad temática es la primera virtud que resalta en estos escritos.

En sus pasos como caballero andante del pensamiento, montado en su rocín de teclas y verbo al ristre, en el rol de antiguo y nuevo soñador platónico de que se realice la idea del bien en la sociedad dominicana, este gran pensador –para mí el más culto y preclaro de cuantos publican actualmente sus reflexiones en el país- recorre una multitud de temas que atañen a cada uno de nosotros los que habitamos este promontorio de tierra emergida que es la isla de Santo Domingo, y especialmente la República Dominicana, sin olvidarse de la aldea global a la que pertenece. La política lo baña con sus pasiones sin impedirle ver claramente a justos y pecadores en este valle de lágrimas y flores que es nuestra época.

Consigue esto usando los lentes de distintos colores que la historia del pensar nos ha brindado para que no reinventemos el mundo a cada instante, sino que sepamos que ya ha sido mirado, y que podemos remirarlo desde esos distintos cristales: desde Nietzsche, Kant, Aristóteles, Hegel, hasta los pensadores más actuales como Heidegger, Sartre, Derrida, Lacán, Negri, son cuidadosamente estudiados por el escalpelo de Brea Franco, en su relación con la ética, con la estética, con los problemas sempiternos del hombre, que algunas veces nos lucen como exclusivos de estos tiempos, cuando en realidad recorren –siempre de nuevo- el devenir de la historia humana.

“Quien toca este libro, toca a un hombre”, ha dicho Walt Whitman para referirse a sus “Hojas de hierba”. Y “Quien toca este libro, toca al hombre”, podría decirse del de Luis Brea Franco, porque el autor hace una verdadera disección de los problemas mediatos e inmediatos del ser humano nacional, sin desmedro del universal, en la que, a la manera del antiguo arúspice egipcio, abre y hurga en sus órganos para encontrar en ellos las enfermedades del presente social dominicano y sus proyecciones al futuro. Es muchas veces duro en sus análisis, pero sin perder la esperanza. O quizás no es duro. Dura es la realidad que hemos vivido en nuestra arrítmica, irregular y contradictoria historia, en la que hemos dado tumbos como un ciego dentro de un cuarto oscuro, buscando puertas de salida hacia el progreso.

Los problemas de la vida cotidiana del hombre moderno envuelto y revuelto en la red de los medios de comunicación con su sarta de información sin formación, de información con deformación, son una preocupación vital en los escritos de nuestro autor. La polución, el genoma humano, el calentamiento global, la biodiverdidad, la muerte lenta pero sistemática de la capa de ozono que nos protege de los rayos solares ultravioletas, el despliegue de poder de una sola potencia intentando abrazar al mundo con sus tentáculos, la lucha de civilizaciones, el riesgo nuclear y otros temas actuales no escapan del laboratorio de ese analista pertinaz e inteligente, apasionado y frío que es nuestro filósofo. Y es que Luis O. Brea Franco es un hijo legítimo del siglo que vivimos, al que analiza sin dejarse atrapar por sus trampas y minas. En su diagnóstico no hay tema fundamental de nuestro tiempo que no sea visto con sus ojos inquisidores. Ojos que, cual dios Jano, miran como eternos vigilantes, el futuro y el pasado, desde el vivo crisol del presente.

Siempre ha de hacer el buen esculapio, el buen galeno, el buen hijo de Hipócrates, nuestro pensador estudia la enfermedad y visualiza la medicina, ve el mal y su remedio, ofrece el diagnóstico y su receta. Propone siempre soluciones. Cumple perfectamente con el aforismo empresarial de que: “Si no viene con una solución, usted es parte del problema”. Luis O. Brea Franco es parte de la solución de nuestros males –los sempiternos y los del momento-.

No deja interrogantes vacías, como un mago o brujo antiguo –que así se llamaba otrora a los sabios- para cada problema tiene una botella, para cada mal, para cada astilla, su pastilla.

Por eso, esta colección de ensayos breves -algunas veces no tan breves- está profundamente imbricada en su época sin dejar de ser eterna, tiene su raíz en el presente y sus flores en el mañana, pues si pienso en el hombre del siglo XXII, lo veo leyendo estos textos como suyos, porque los temas que andan en ellos están arraigados, como el arte, ¿y quién ha dicho que pensar y exponer el pensamiento no es un arte?, en lo eterno, lo perenne, sin dejar de ser radicalmente dueño del ahora y el aquí.

A nuestro filósofo le interesa la eternidad, la perenne actualidad de sus expresiones, de su reflexionar, pero, eso sí, sin subir y encerrarse en la Torre de Marfil de que hablaba Rubén Darío, sin evadir los candentes y acuciantes problema del momento, como son: los del patrimonio subacuático, el dominio cultural estadounidense sobre el mundo, con el porcentaje de distribución de películas, videos y otros materiales, la fatídica administración del último gobierno perredeísta, la violencia que nos acecha en calles y resquicios y hasta en los hogares, la discriminación, el hambre, las dificultades de la educación en nuestros países laten en los acuciosos dedos que digitan el pensamiento de Luis O. Brea Franco, como filósofo que reflexiona y soluciona.

Eso sí, sin olvidarse de los clásicos y siempre vigentes temas del quehacer filosófico, de los grandes problemas que preocuparon a Parménides y a Zenón de Elea, a Santo Tomás y a Leonardo Da Vinci o a Protágoras y Gorgias, a Dante o Petrarca. Por eso, he ahí su viaje por la idea del movimiento, por la categoría de libertad, por el concepto del ser como núcleo y conjunto universal, por la posibilidad de percibir o no la verdad que negaron los agnósticos como Russell y Bergson o dificultaban pesimistas como Kierkegaard y Berkeley.

El autor ha referido el título y contenido de su trabajo a dos maneras de ver la cultura. La primera articula desde el punto de vista del espejo de Babel, desde el de su visión sobre los problemas que acucian la sociedad actual.

Porque la torre de Babel fue un hecho cultural, una tradición fantástica, mitológica del pueblo hebreo de la que la humanidad se ha apropiado. Y cuando Luis Brea vuelve a ella, lo hace de una manera excelente, porque no vuelve a la torre sino a su espejo, no a ella sino a su imagen.

Se refiere a su visión como sueño de perfección del hombre al querer llegar al cielo, en una escala infinita que busca alcanzar las cimas de la plenitud, el paraíso del ser, el dorado que añoraron los conquistadores, las minas de oro del rey Salomón, en una palabra.

También es muestra de la multiplicación de lenguajes y formas necesarios para entendernos con un universo cuya principal característica es la diversidad en que vivimos hoy en nuestra Babel informatica: de culturas, de costumbres, de visiones del mundo, de sueños mezclados como los metales al crisol del fuego social y personal.La segunda manera de enfocar lo cultural queda vista en el subtítulo. Si hay un tema que inquieta a nuestro pensador, es el cultural, tanto enfocado en su sentido lato de ser todo lo que hace el humano como respuesta a las necesidades y retos de la vida, como desde el punto de vista estricto de la cultura identificada como manifestación creativa, artística, innovadora y recreadora del mundo elevado a la perfección de la fantasía, que es el arte en su rica gama sintetizadora de las aspiraciones del hombre y la mujer de todos los tiempos.

Porque Luis O. Brea Franco no es sólo estudioso observador del tema cultural, sino que es también actor, puesto que este libro mismo y su quehacer como catedrático y sus noches de reflexión, son muestra de sus actividades culturales. Y no se queda ahí. El autor ha sido incluso protagonista del diseño de políticas culturales desde el poder, de modo que, como diría Martí, conoce el monstruo porque ha vivido en sus entrañas.

Y sabe que uno de los caminos para salir del subdesarrollo es la cultura como bandera de identidad de nuestros pueblos, como estandarte que eleve la imagen y la autoconciencia de nuestras naciones, visualizadas en el mundo sólo a través de hechos y situaciones que las denigran; la cultura es, además, bien de mercado en un mundo donde el desarrollo de la industria cultural es uno de los dominios fundamentales que requieren desarrollar nuestros pueblos no sólo para fortalecer su identidad y mantener en alto los valores de su historia y de su arte, sino sobre todo como armas de negocio en el concierto de las naciones. Muestra, reitero, nuestro autor, que el pensar no es una peregrina forma solitaria de perder el tiempo analizando la inmortalidad del cangrejo sino un arma útil, indispensable en las manos mentales del lector y la lectora modernos, como lámpara de Diógenes para poder andar en esta todavía oscura y confusa, para los más, Sociedad del Conocimiento en que tenemos que aprender a vivir. A este respecto, este libro nos permite comprender que la cultura no tiene sólo un valor simbólico o de solaz en la vida del humano, sino que también tiene valor utilitario como respuesta a nuestros grandes problemas y necesidades económicas. Quiero destacar que los dominicanos podemos mostrar este libro: “El espejo de Babel”, como un ejemplo de que el oficio de pensar es altamente útil como instrumento indispensable para el ser humano enfrentar sus urgencias en los diversos campos de la vida. También muestra que la filosofía ha echado sólidas raíces en la República Dominicana. Que la nuestra cultura también da sus excelentes frutos, como lo es el autor mismo, en su vida concreta como pensador y activo interlocutor en el público debate con miras a vislumbrar caminos y cambios factibless para consolidar en nuestro país una sociedad moderna.

Orgullosos hemos de estar de tener a un pensador de su estatura, un analista de su prosapia, un estudioso de su alta formación y agudeza y un escritor de tan elegante manejo del discurso... Eso es Luis Oscar Brea Franco.