UNA VOZ ESTÁ SOLA.

Una idea musical
entra en descomposición en un cementerio de Bahía,
y en medio de la escena,
hay una serpiente cascabel ya no reguila,
unos senos y glúteos.
que no pueden darles música a los ojos
ni jugar a escondidas con la luz,
unos cabellos
que no quieren mecerse porque el viento les teme,
unos labios
que no pueden amarrarnos con la soga de su voz.

Se mueren de hambre los micrófonos,
y una honda desesperación
llena de soledad los canales de la Philips International.

Hay una inflexión de voz caída en la locura,
compases que han perdido su lugar en los huecos del aire.

Hay tonos, notas,
instrumentos, audífonos,
una pista musical que han recorrido el mundo
buscando a una muchacha
de 5 pies 7 pulgadas de estatura
36 años
y un magnético campo en la garganta.

Y en este instante,
en mi cuarto hay una voz que se adelgaza,
que se ha quedado larga, seca, sola,
colgando del aparato,
hay una voz que empieza a heder,
y hay la sombra de un grito
que intenta engañarme los oídos
pretendiendo ser Elís Regina.

TIERNA CANCIÓN SALVAJE.

No quiero ver tu cuerpo hecho palabras,
ideas transparentes,
hoja finísima
que puesta entre los dedos no impida que se toquen.
No quiero verte nadando entre metáforas,
objeto de la razón
ajeno a los sentidos.

Te quiero material,
tocable,
elástica,
precisa,
disfrutable,
que se paren los segundos vencidos en tu frente,
que pierda el juicio el metro envolviendo tu cuerpo.

No te quiero hecha flor
artificial y seca
en el florero eterno de la sala
o en la siembra que cuida el jardinero.

No.
No quiero que seas la flor de los caminos.
No.
No quiero que seas la flor de los poetas.
No.

Quiero que seas la flor perdida en la furia del desierto
o entre espesura y yerbas,
expuesta a la agresión del robo y las miradas,
abrasada del sol,
apretada en labios de la noche,
que te clave la aurora sus uñas que amanecen,
que el viento en ti se ensañe hasta doblarte,
te caiga todo el peso de la lluvia,
se manche de ti el óxido, y el musgo
como lapa se te aferre y te marchite.

Te quiero material,
visible,
penetrable,
con tu miedo en los ojos,
con el labio temblando
y las orejas rojas
y la feroz pantera corriendo entre tus carnes.

No te quiero infinita
ni eterna
ni perfecta.
Quiero oír una loba maullando sus pecados en tu boca,
una leona zarpando el aire con tus ojos,
en tus piernas las garras de pantera
levantando el polvo del deseo.

En vez del ruiseñor,
quiero oír en tu boca la voz del leopardo,
que arrastrando entre dientes
la letra de su furia reverdece en pasiones
al viejo tronco seco,
y revive en su aliento
todas las hojas secas que muerde con su canto.

Refréscame el oído con palabras vulgares,
bajas,
turbias,
cortantes como cuchillos,
indecentes,
agrias,
rojas como el rojo.

Déjame hallar en tu materia
la incógnita infinita,
el álgebra insurrecta de la carne,
déjame dialogar con tus células nerviosas
en verbos endocrinos de lava circulante,
sintaxis de movimientos corporales,
vértigos interminables,
transformación del cuerpo y desaparición del alma.

Así es como te quiero.

Si no,
déjame morirme encima de otro cuerpo,
déjame morirme debajo de otra alma.

COMPAÑERA, COMPAÑERA.

COMPAÑERA, COMPAÑERA.

Un poco de esclavitud española
corre tras la suavidad de tu cabello casi hasta alcanzarla,
un azote agazapado hay en los noventa grados de tu nariz
y el verde de tu mirada lo cruzan unos látigos de azotes.
No es que odie la blancura de tu piel
ni lo recta de tu frente;
no es que me sienta herido por tus labios finísimos.

Creo que eres hermosa,
que se puede dormir contigo y ser feliz,
que de tu pelvis sale la humedad
con igual transparencia que la de Angela Davis,
que tu mano
que humilló en el ayer a tantos labios
puede hoy encender fósforo y quemar la oscuridad de este cañaveral
que lleva al continente a los ingenios de muerte;
pero un poco de esclavitud española
corre tras la suavidad de tu cabello
casi hasta alcanzarlo,
algo de civilización occidental cristiana y blanca
convierte los pelo de tus cejas en látigos de sangre.

Algo de amargas historias,
de muertes,
desapariciones negras,
decapitaciones indígenas,
hogueras,
heridas al costado
y tormentos ardientes en los troncos
se anida en el vello de tu axila y al borde de tus piernas.

Me cruza la sospecha
de que hay muchos indios
en ti encadenados en púbica encomienda,
amarrados al lazo de esas íntimas hebras,
indios que decapitas en tu afeite,
mulatos que torturas,
que cercena la cera de tus depilaciones…
durante quinientos años,
quinientas ruedas dentadas,
quinientos cilicios que los cortan amarrados a los muslos,
que crujen apretados a los cuellos,
que desangran cada vez que te sientas,
cada vez que te bañas los ahogas
en la sal y la química espumosa del jabón,
que gimen cuando ayuntas
y se ahogan cada mes en tu mar de aguas rojas.

Si me acerco a tus orejas
oigo caballos pisoteando cadáveres
y me araña una angustia interrogante
cuando me acerco y oigo al pie de tus oídos
aquel cóndor que pasa buscando su propina:
el sobrante de los pueblos vencidos…
y miro tus pupilas pero no puedo verlas
porque una gota de sangre de Caonabo
les brota y se agiganta
y se vuelve un Amazonas torrencial
que te cubre en su rojo todo el rostro,
hasta el cuello, el pecho y a ti toda,
y apenas deja un resquicio para una,
dos, tres, cuatro, cinco…
muchísimas gotas de pestilente pus amarillenta
que brota del costado de Tamayo,
desde el vientre de Hatuey
y se enredan en tus pestañas y pupilas.

Vas a cerrar los párpados
me cubro la cara para no ver cómo empujas y aprietas,
cómo aplastas,
cómo hundes muy hondo
con tu mano hispaniola
esa daga en Guaroa,
dejando el vientre abierto
y la gangrena hirviendo de minutos, cocinando de horas,
calcinándose de siglos que pasan sin pasar.

Muchos amos de esclavo
estoy viendo reír en el reino de tu cuello,
pendiendo en tu collar de oro
macizo de dolor,
con plata repujada en cortante esplendor sable de sable muy redondo,
y oigo carcajadas de tus predicadores del cristiano dolor
que andan entre tus senos,
suben del nacimiento de tus mamas escalando a pezones
pisando lentamente sus botas sobre carne,
sobre carne inocente.
Aquí en el silencioso camino de tu pecho a tu vientre
escucho yo el tronar de los grilletes de hombres encadenados,
y el sonar de los huesos desprendiendo
los brazos y las piernas del bravo Tupac Amaru,
y miro caminar esos cuatro caballos que lo arrastran
fatigados por la espuela
de Isabel y Fernando impulsando su galope ahora ahí por tu carne
con pedazos de un hombre,
con pedazos de un pueblo.

Una sonrisa anda por u pecho,
un fantasma recorre tus pulmones
y arrastran calcinados a los pueblos de América
y siento que mi piel se despedaza
entre piedras cortantes
que abren sin piedad carne de mis ancestros.

Excúsame, mujer que amo más que mi sangre,
excúsame que hoy no pueda ver la luz que hay en tus ojos,
porque desde su espejo me veo yo mismo herido,
veo niños descalzos caminar sobre botellas rotas,
y veo vejaciones que no están incluidas
en Crónicas de Indias,
que están lejos, muy lejos,
muy lejos de la paz que vio el escriba,
apenas si nos cuenta una porción
del muy trágico andar de esos amargos cuerpos
que veo desandar carbonizados
en el líquido azul que distingue tus venas.

Excúsame que tus ojos esta noche
no tengan nada qué ver con la redonda
llanura azul que les mira el poeta;
excúsame que sólo encuentre en ellos
el fundamento del hacha que desangra,
la razón de ser de la ojiva nuclear y de la guerra fría.
Excúsame que no encuentre una niña ahí en tus ojos,
sino el brillo del cepo circular de tu anciana reina.
Excúsame, mujer,
que te haya envuelto en sábanas enemigas,
y te haya llenado el cuerpo de vergüenzas,
levantando estas capas del pasado.
Perdóname esta vuelta atrás de la mirada
y el hallazgo de hedores nauseabundos
–que no te pertenecen- detrás de tus abrazos.

Excúsame el recuerdo recurrente
que te acosa en las aguas de este antiguo dolor,
la voz de antepasado en mi pecho,
que gritan y te acusan de un crimen que no es tuyo,
aunque corran por tus mejilla la sangre de su recuerdo
que le huye a mis manos,
se esconde escurridizo ahí entre tus pies cuando toco tus manos,
que se esconde en tu espalda cuando duermo en tu pecho.

Suponte que deliro,
que una fiebre política me incendia cada extremo,
una histórica sífilis,
una memoria enferma de una lepra de ayeres que retoña,
un cáncer de pensamiento difícil de curar,
cadena interminable de endemias sociológicas que traigo entre los huesos,
óntica gonorrea situada en las raíces de la historia de América.

Pero jamás detenga la sangre de esta histeria
esta sorda corriente que nos ata hasta el átomo.
Quédate aquí en nosotros, a
amanece conmigo hacia el día largo,
que hace rato que te acuso sin sentido,
que mis verdades mienten sobre ti,
y ahora una matriarca en la prehistoria,
una esclava que arrastra la virtud entre sus faldas,
una sierva de la gleba que al monte va y nos siembra
se enfurecen conmigo de dolor por mi ofensa,
se enfurecen de amor a tu defensa,
y una mujer que piensa mientras mueve engranajes,
se monta ahora en mi espíritu y habla por mis manos, se apropia de mis letras
y por mi boca pide que no engañe tus cabellos
ni estruje en tu castellano,
y te libre del mal del colegio exclusivo,
del vestido de lana
y el imperial pecado que antecede a tu cuerpo.

Esa mujer me exige que te llame compañera,
compañera.

LLANTO POR SER LAURA.

¿Por qué ha de ser Laura el nombre que el azar
se ha antojado que lleve colgado a mis oídos?
Laura, el nombre
de un ave de rapiña
que vuela alto y lejos
pero no es fuerte como el águila
ni hermosa como la gaviota
ni cara de inocencia cual paloma.
Es de rapiña y sólo de rapiña es.
Y yo, y yo tan tonta, yo tan boba
y sin embargo con el nombre de esta ave de carroña,
de guerra, de embestida,
y yo ni ave de mal agüero llego a ser.
Ni con tener su nombre y compartir su suelo,
ni aun así he podido cultivar la rapiña que deseo.

Algunas veces quiero ser María
o Mariam como fue llamada,
la elegida para la violación divina,
ser María y ser madre del señor
aunque sea hija y esposa y hermana
y esclava del que dice haberme hecho
para su uso y desuso y rehuso.

Y luego me arrepiento
de llevar esa bandera de ser pura
que tantos tropiezos me ha causado
y tantas veces me ha arrastrado
con su viento a la nada más amarga,
a esa nada hedionda,
esa nada nauseabunda y tan tétrica,
hueca, tan vacía de pasión por lo bello
y tan enamorada del sufrir,
con un alma que lo busca,
que busca el sufrimiento
y lo envuelve en brillantes papeles de regalo,
pensando que bien me lo merezco
cuando sabe que no.

Y es el momento en que quiero ser Helena,
la dichosa, la infiel esposa de Menelao
y amante de Paris,
y sentir que mi infidelidad, mi escape,
mi repentina huida del trono del honor
contra uno de pasión y de húmedo pecado
un día habrá de otorgarme esa felicidad que tuvo ella,
la dicha de llevar el nombre de un país
al que niega y reniega.

Y sólo así, impura, de líquidos manchada,
sucia de deshonor y limpia de pasión,
huir con Paris,
pues, más que la lengua griega
amo pasar mi lengua por las piernas
del héroe del amor que nunca en la batalla ha perecido.
Paris, Paris, Paris, así habrá dicho Príamo
para morir su muerte y preservarle la vida
al hijo inútil por el que Héctor se arrastra ya cadáver
desmembrado en derredor cabe su amada Troya.
Paris, por ti el estómago de Héctor ha quedado colgando
en las puertas esceas,
por ti el voraginoso, el Escamandro,
ha metido entre sus fauces de aguas pinzas,
en sus hornos de líquidas hornillas
los cuerpos quejumbrosos y la sangre de cientos de argivos y troyanos
y ante todo del inocente y grande y grande Héctor
el valiente domador de caballos.

Helena siento que debo ser y no Laura ni María,
porque se paga mejor la obra infiel que la obra de bondad,
la huida mejor que la llegada,
y si victoria hay que esté con los troyanos,
no por Troya sino por el troyano que llevo entre las piernas
y en mi seno se arropa,
que me hace amar su histeria,
esa histeria que con ganancia cambio
por la historia valerosa de los griegos.

Les dejo el nombre para el país a los helenos,
helénicos, héladicos, aqueos, como quieran
pueden usar mi nombre mientras Paris
pueda usar mi cuerpo y me regale la virtud de moverme bajo el suyo.

Tonta yo, que no dejaré nunca de de ser tonta,
De cocinar sin degustar, y fregar sin disfrutar,
y lavar sin andar, y freír sin reír
para quien no me ríe,
para ese hombre infiel que me tira y me fríe.

Y yo misma me digo:
Laura, pobre Laura, que pena yo te tengo
y tengo pena de tu helénico sueño,
y siendo yo misma tú no dejo de sentir
por ti una pena, pena que las noches lagrimea,
aunque tenga que tomarlágrimas prestadas
de tus ojo enrojecido por el llanto,
de tus párpado crecido en el dolor.
Tomo pena prestada a tu trasnoche
que cada noche te trasnocha
envuelta en el aullido placentero
y ajeno de tu hombre en la distancia.
O pena por la plancha ajena con que planchas ropa ajena
o que lavas a un hombre que amanece contigo
pero que te es ajeno,
ajeno a ti, a tu casa, a tu causa y a tu caza.

Laura soy, y aunque no pueda ser más
que una triste Laura tropical,
Laura matinal y deslaurada
de espíritu y de nombre y de carne y flaccidez
y de huesos que me brotan a destiempo
ante la huida feroz y fugaz de la carne estremecida,
que se niega a permanecer perteneciendo
a un cuerpo enjuto adonde falta todo.

Y sueño, y siento que mi sueño de ser un día la infiel,
la lujuriosa esa,
la libertina y libidinosa Helena,
con la H o sin ella, con melena o sin ella,
sueño llamarme Helena aunque sólo yo sea
quien me llame, sin que nadie me llame.

Ser Helena aunque sepa muy bien que por mí
no vendrá el ejército del pueblo de los versos,
que no vendrán por mi aquellas huestes
del pueblo que el pensar nos ha inventado,
el pueblo de los besos,
del excelso pueblo que delira ante lo bello.
Aunque sepa muy bien que por mí no vendrán
los aqueos a que el bronce les muerda
sus muy hermosas grebas,
morder hasta llegar a la sangre y derramarla,
y arrastrar sus sueños, su músculos, sus huesos,
y el honor se deshonre en llantos y alaridos
pidiendo le perdonen del viaje hacia los Hades.
Ya yo lo sé, que por mí no vendrán esos soldados
a perder su valentía bajo el lodo,
a temblar cuando su ojo a la muerte le ha mirado sus ojos,
cuando la espada marcha rauda a pastar en su cuello.

Ser Helena deseo, aunque por mí no vengan los aurigas
temblorosos, valientes y golpeando
con fuerza los caballos de sus carros,
esos dorados carros con que asaltan y matan
al salto de sus crines sopladas por el viento
conduciendo veloz a la belleza
de aquella muerte dulce por su Helena.

Llamarme Helena quiero y puedo
puedo en esta hora postrera en que tendida
en mi cama mortal la agonía no me deja
el sosiego de soñar que Paris me acaricia entre las piernas
o en mis nalgas se duerme.
Quiero ser esa por la que Héctor con gusto quedó fuera,
fuera para morir por la patria que soy yo,
yo la indigna y sucia patria patria manchada en carne y fuego
y de sexo apuñalado y traicionero,
patria vil, patria cuero, pero patria.

¡Ay, déjame, agonía, queda un rato tranquila,
y déjame soñar que la muerte de Patroclo fue por mí,
déjame soñar que el guapo Aquiles abandonó su cólera
y que raudo ha venido a pelear con el río por mí, su Helena.

Y que ha devuelto a Crises su criseida,
Y su esclava a entregado a Agamenón por mí,
a cambio de obligar a la troyana muerte a huir de mis entrañas,
diría Homero, convertida en minúsculo cervato.

Helena quiero ser y soy en esta hora postrera
aunque Odiseo no abandone por mí a su Penélope
ni encuentre a Antea su madre de aquel lado del círculo,
ni su hijo desespere húérfano de mente,
ni Odiseo por mí encuentre todos, todos
los dolores del mundo en el camino de regreso,
y sin que por mí luche con el adolorido, doliente y doledor
el bueno y gigantesco Áyax Telamonio
por los hierros que luciera Patroclo ante la muerte,
cuando alegre tendió la vieja Parca su brazo ensangrentado
por mí, por esta perra que soy, por esta sucia perra
que lanzó su belleza al desperdicio en el lodo extranjero.
Ser Helena en esta hora aunque ni Áyax el menor ni Diómedes
quieran tener principalía, porque no soy la traidora,
la prostituta, la cuero, la asquerosa y lasciva
no la inmortal y la hermosa mujer por la que un pueblo
se abandona a la muerte mientras ella se bebe
en la roja oscuridad la blanca y placentera hiel de los placeres.

Helena me llamo y quiero me llamen
en esta hora de la muerte, aunque digo y repito,
que soy, pobre de mí, la Helena sin sentido y sin razón,
la Laura Helena a la que no vendrá ningún excelso pueblo,
y yo lo sé, lo sé muy bien, que por mí no vendrán
las argivas naves de muchos bancos
con Palas Atenea en su mascarón de proa
hendiendo el libidinoso ponto en uno, en dos, en tres,
en mil pedazos de aguas chapoteadas;
no vendrán a correr el riesgo de ser comidas
por las saladas rubias fauces del Leviatham azul.
Lo repito y repito, que no soy digna,
y por mí el más glorioso ejército no pondrá al sol
el brillo de su espada por salvarme,
ni el más mísero mortal vendrá por mí a llorar,
vendrá por mí a cambiar su vida por buscarme.