Elegía Black

A Carolina, que también lo lloró.


Tanto que creíamos amar el cuerpo de Blacky.
Creíamos que amábamos sus patas, su rabo musical,
o sus ojos cuando nos vaciaban su animálica ternura,
prisionero del cristal o de las rejas,
y bailábamos la mano haciendo gracia a su cariño.
Juramos que amábamos su lomo, su nariz,
sin saber que el amor era hacia el alma.
Ahora
que tiramos su cuerpo a la basura lo sabemos:
aunque adoráramos su pelo negro
cuando convertíamos en agua y jabón
y champú el pedazo de amor
que a su cuerpo asignamos.

En esta hora cadáver lo sabemos.
Lo que amábamos del cuerpo era su alma.
Por eso al verlo quedarse en mitad del salto
sobre el sordo hierro
que no lo dejó ir al campo de batalla,
a debatirse en duelo con el otro perro
que viniera a dividir el amor que nos tenía.

En esta hora cadáver lo sabemos,
que nuestra preferencia era su alma.
Por eso sólo queremos rumiar nuestro recuerdo,
más que por su rabo, por el alma que lo movía.
Por eso mandamos al zafacón ráudamente
su cuerpo deshabitado de alma.

¿Por qué amamos tanto la alegría
cuando ella es ya tristeza?
¿Por qué no sonaron para Blacky estos versos
cuando podían oirlo sus oídos
que sin entenderlos sabrían que fueran suyos?
¿Por qué amamos tanto la alegría
que infiel nos huye cuando ataca el dolor?
¿Por qué despreciamos la tristeza
que no nos abandona,
que como sudor, lágrima o sangre
nos consuela en la herida?

Si es verdad, ya lo he dicho,
que lo que amábamos de Blacky era su alma,
¿por qué entonces se empecina mi memoria
en no quitar de mi vista su materia colgante,
crucificada,
botando gota a gota en rojo río su alma?
Si ya sé que su cuerpo cuelga sin su alma,
que se fue por sus ojos, como diría Homero,
o por su boca, como Hesíodo,
¿por qué se empecinan en manar
estos versos como agua en llave rota?

¿Por qué sus ojos tristes no dejan de mirarme
desde el aire si no sirve de nada ya su cuerpo
que se reparten las hormigas?
¿Por qué, si ni siquiera fue mío,
ni conocí su pequeñez,
ni fui su amo ni lo alimentaba
ni la fuerza de la costumbre me impuso
su alegría en ningún amanecer
en que me levantara y lo viera
saludarme con su boca y su lengua
y su pelambre y sus patas ya viejas
me dijeran Buenos Días a su manera?

2 comentarios:

Rosa Silverio dijo...

Bienvenido a la blogósfera, Juan Freddy.

Siempre es un placer leerte.

Abrazos.

Romy dijo...

Buenas niño...
pues siempre me gustó este poema...sobre todo saborearlo mientras tu mismo lo lees..en el momento en que lees tu poesía te transformas...